Dedicamos casi una semana a esta gran ciudad y
aún nos quedó muchísimo por ver. Tokio es inabarcable y es una de esas ciudades
que todo el mundo debería visitar una vez en la vida. Son trece los millones de habitantes que viven repartidos en los 23 barrios del "centro" (su área metropolitana supera los 36 millones de habitantes). Así, como si nada.
Llegamos al anochecer en la maravilla del tren
bala, nos las vimos para empezar a aclararnos con las líneas de metro, probamos
el primer ramen tokiota y a descansar para coger fuerzas.
El primer día decidimos visitar el templo Meiji-jinju,
el santuario sintoísta más grande de Tokio. La torii de la entrada se creó con
un ciprés de 1500 años y se dice que fue el propio emperador Meiji quien diseñó
el jardín para su emperatriz.
Aprovechando la cercanía, paseamos por
takeshita-dori, una calle con tiendas de cosas frikis donde se pasea gente de
lo más variopinta. Y entramos en Kiddyland, una tienda de varios pisos de
personajes icónicos y cosas kawaii (lo
que aquí vendría ser tierno, cursi y ñoño).
Más tarde, nos dirigimos a Shinjuku y subimos a
ver las vistas de la ciudad des del edificio del gobierno. Paseamos por
Shinjuku y después por Shibuya (con el famoso cruce incluído) y vimos la
estatua de Hachiko, un perro que esperó el regreso de su amo fallecido más de
diez años. Ahora es un punto de encuentro (como para los barceloneses quedar en
el Triangle).
El día siguiente empezamos por ver los 333 metros de la
Torre de Tokio y nos enteramos que casi una tercera parte del acero empleado en
su construcción procede de chatarra recuperada después de la II Guerra
Mundial. Cerca de la torre se encuentra
el templo de Zojo-ji que guarda tumbas de seis shogunes Tokugawa.
Por la tarde,
visitamos el Museo Nacional de Tokio que es simplemente espectacular y, esta
vez sí, fuimos a una karaoke a echar unas risas, toda una experiencia muy
recomendable.
Eli y Xavi (preguntándose a diario cómo pueden
organizarse TAN bien TANTA gente junta)
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